Odio haber aprendido a querer tus defectos, tus fallas, tus errores.
Odio haberte permitido entrar y quedarte. Haberte dejado jugar con mi mente y mis emociones.
Odio haberte creído todo aquello que no debí creerte y haber descartado lo que efectivamente era cierto.
Odio acordarme de tu sonrisa torcida contra mi boca y tu pecho contra mi espalda mientras jugábamos a dormir.
Odio que me duela tu silencio y tu distancia. Odio que hayas dejado de necesitarme cuando yo empece a hacerlo.
Odio cada lágrima que derramo en tu nombre y cada puntada en la garganta que me recuerda que ya no estas.
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