Resulta que yo tenía una amigo. Con mi amigo, a quien vamos a llamar Cosme Fulanito, para proteger su identidad, nos conocimos en un momento y lugar muy particular de nuestras vidas. Y de todos los amigos que recolecté de esa situación él es uno de los más especiales.
A Cosme y a mí nos unen muchas cosas, gustos en común que poca gente comparte, pero durante mucho tiempo lo que más nos unió fue que los dos estábamos solos, entonces no hacíamos mutua compañía. Íbamos juntos al cine, a tomar algo, planeábamos nuestra conquista del mundo, en fin, lo que hacen los amigos.
Un día lo noté Raro a Cosme. Estaba como distante, pero a la vez más feliz. "Hm," pensé "acá hay gato encerrado". Pero sabiendo cómo era mi amigo, era mejor esperar a que solito me confesara qué estaba sucediendo. No tuve que contar demasiadas lunas; a los pocos días me llamó para contarme que había conocido a alguien. Por supuesto que me alegré mucho por él, ya era hora de que encontrara a su Cosme Fulanita.
Claro que entre trabajo, facultad y Cosme Fulanita sus tiempos se vieron severamente reducidos, y le costaba hacerse unas horas para tomar un café con su amiga, ni hablar de ir al cine. Así fue como fui perdiendo la presencia de mi amigo. Él estaba, si lo necesitaba, pero la cotideaneidad se había ido. Tal vez porque soy una persona bastante particular, o tal vez porque de verdad lo veía bien con su Fulanita, jamás hubo bronca ni reproches. Simplemente lamenté no verlo tan seguido como antes.
Un día, no demasiado distinto de aquel primer día tanto tiempo atrás, Cosme Fulanito vuelve a llamarme. De nuevo sospeché que había algo extraño. Efectivamente, el cuento de hadas había llegado a su fin y Cosme necesitaba a su fiel patiña. Horas de charlas telefónicas y encuentros consoladores.
Pero esta vez yo era más que sólo una compañera de aventuras, yo estaba viviendo mi propio cuento. Y era yo quien tenía que hacer malabares con los tiempos para que Cosme no se sintiera solo. Y me toca a mí callarme y disimular sonrisas para no recordarle lo que ya no tenía.
Y así llegamos al final de esta historia, que no es ni feliz ni final, porque Cosme y yo seguimos siendo grandes amigos, y tanto a su cuento como al mío le quedan muchas páginas por escribir, borrar, tachar y volver a empezar.
Por eso simplemente digo: y colorín colorado, este cuento no se ha terminado.