A mi, sinceramente, el fútbol no es algo que me quite el sueño. Si no hay nada mejor que hacer, puedo ver un partido sin aburrirme. Me gusta ir a la cancha, pero no lo hago seguido por razones varias. Sin embargo, desde el momento en que deja de ser sólo un espectáculo deportivo para pasar a ser un campo de batalla, la cosa cambia. Todos podemos rasgarnos las vestiduras, gritar contra lo dirigentes, exigir justicia... pero me parece que es hora de sentarnos y analizar un poquito más allá de las imágenes sangrientas que pasan los noticieros.
La realidad es que el fútbol es una gran mercado, y su sector más prolifero es, nos guste o no, la violencia. No se necesita de mucha inteligencia para notar que los enfrentamientos van más allá del amor a la camiseta. Existe una gran red de corrupción que comienza en los dirigentes de los clubes/autoridades y termina en los cocacoleros, expandiéndose por todos los niveles. Sino no se explica que hoy hayamos tenido que presenciar cómo hinchas de un mismo equipo hayan desatado una lucha dentro de sus propias filas. Pero los barra bravas pegándose a garrotazo y palazo limpio son sólo la punta del iceberg, si me permiten hacer uso del chliché.
Tanto a los directivos como al personal "deportivo" (Director técnico, entrenadores y hasta los mismos jugadores) les conviene mantener activa la célula que conforma la barra brava. Para ellos es un elemento de presión. Manteniéndola de su lado pueden nombrar o destituir disectores técnicos, generar que un jugador sea aceptado, amado u odiado, hasta valorizar o devaluar el precio de las transferencias y cualquier otra jugada política, nada relacionada con el deporte en sí, que puedan imaginar. Por supuesto que resulta provechoso mantener encendidas las brazas si semejante poder otorgan cuando arden.
Pero todo tiene un precio, los hinchas también. Dinero, entradas y poder. El primer elemento se explica sólo. Las entradas son parte de éste. Los controladores de las barras bravas las reciben directamente del cuerpo directivo con la excusa de "alentar al equipo", pero las revenden y llegado el momento del partido entran a la cancha saltando los molinetes. Qué conveniente forma de ganarse el pan (o el vino). A su vez, como nos encontramos en los estratos medios de esta pirámide de corrupción, tales individuos controlan los otros negocios que tienen lugar en los estadios: venta de bebidas, comida, camisetas y merchandising trucho... Hasta los cuida-coches responden ante ellos. Sin entrar demasiado en detalle, ya que aún quedan cosas por decir, vale mencionar que todas esta actividades no son precisamente lícitas y que su ejercicio no hace más que generar todavía más carroña entre los involucrados y los que formamos parte del espectáculo como meros espectadores. Es el terreno de la mafia en su más llana expresión.
Notarán que hasta ahora no hablé de un sector más que influyente y que dista de no participar en este juego: la política. De lunes a viernes los integrantes de estos grupos tienen otra ocupación tanto o más despreciable que la anterior: son mercenarios. Resulta extraño utilizar semejante palabra para referirnos a un suceso de estos tiempos, pero es la que mejor los describe. Pagados por los partidos políticos, o por los candidatos perse- me parece ingenuo hablar de una masa uniforme dentro de los partidos- para que muestren apoyo y/o hagan el trabajo sucio mientras ellos los miran desde sus oficinas, casas y Balcón(es). Es por esto que hasta cierto punto no puedo descartar la noción de que los incidentes ocurridos hoy hayan sido incitados para que hagan las de chivo expiatorio y así descomprimir un poco la observancia de los medios y los ciudadanos sobre el conflicto con el campo. "Denles otro escándalo del que ocuparse". Pero esta última parte no es más que una apreciación personal y no quiero con esto restarle la importancia que merece.
Lo que antecede no son hipótesis y teorías mías, explicaciones que se me ocurrieron mientras buscaba el motivo por el cuál se permite que un hombre sea arrojado barranca abajo por los escalones de una tribuna y que nadie haga nada. Son realidades, lamentablemente. Responden a la historia de siempre: el deseo de poder, la codicia, la falta de escrúpulos y aquello que es moneda corriente en nuestro territorio desde que somos la capital del Virreinato del Río de la Plata: la corrupción. Es parte de nuestra ideocincracia y de nuestra identidad como pueblo. Se extiende más allá de los que ostentan el poder, ya sea de la nación o de una organización deportiva. Nos toca a todos y cada uno de nosotros.
No voy a hacerme responsable de cada golpe que se propició hoy en la cancha, tampoco la pavada. Pero sí creo que todos tenemos un porción de culpa en lo que no está pasando y creo que es hora de que miremos para adentro y cambiemos de raíz. De lo contrario es muy probable que Domingo pase a ser sinónimo de Violencia.